27 de nov. 2011

El presente se agolpa en mi mente

Hace días que siento el vacío.
Debo venir por aquí para pasar al otro lado del espejo y empezar a escuchar los ecos de mis personajes.
Los situé en un futuro próximo, pero no conté con que lo inmediato fuera lo crudo que es.
Haberlos llevado a ese bucle del tiempo me coloca en la perspectiva de ver la vida que pasa ante mí, para actualizar sus movimientos.
Susi había regresado al pueblo.
Ella que podría situarse entre los elegidos, había escogido el contacto de la vida y dejado en manos de su hermano Carlos las empresas familiares.
Si volviera al texto, debería arreglar algunas cosas que pecan de idealismo, pero sé que no regresaré a él. No me lo permito.
Sigo a delante y proyecto estos movimientos teniéndolo en cuenta, pero no moviendo en él ninguna pieza.
Lo que cuenta es dar rienda suelta al cuerpo narrativo que de él deriva.

5 de juny 2011

Nuevos pasos narrativos

La tasa de paro

Ella pensaba, creía, que podría hacer frente a los pagos que le irían llegando durante meses, y años.
Esas cosas que podría pagar en el futuro le permitirían disfrutar de cierta comodidad.
Aquella mañana, cuando se levantó y, mientras preparaba la cafetera, parsimoniosamente, puso el dial en la emisora que siempre perdía por llevar el transistor de un lado a otro de la casa, un mensaje palpitó en su frente, como si de un mazazo se tratara.
La tasa de paro había superado el porcentaje previsto.
Juan seguía dormido. El paro le tenía con el sueño cambiado.
A ella a penas le daba tiempo a reflexionar.
Marchaba a trabajar.
En el trayecto, iba pensando en los muchos descalabros que sufrían, pero no tantos como a otros les había tocado.
Iba caminando. Ya no compraba tarjeta para el metro.
Una hora de trayecto, a buen paso, la mantendría en forma.
La calle todavía estaba oscura. Las farolas encendidas entregaban sus últimos latidos.
Llegaría antes de las ocho. En una hora, haría la limpieza de esa escuela, junto con sus compañeras.
Esa tarea era de las más buscadas.
Podía volver a casa y ocuparse de su labores. Así se llamaban.
Por la tarde, tendría un turno más largo.
En total media jornada.
Iban tirando.
Poco a poco, sus ahorros se iban agotando.
Pensaba que en seis meses, si nada lo remediaba, sería duro y difícil hacerle frente.
Tendría que buscar antes.
Se había ofrecido en centros de atención a personas dependientes. En Residencias de ancianos.
Le habían dicho que la llamarían, pero no tenía noticias.
Juan se levantaría a la hora de comer.
Estaba abatido y deprimido.
Ya no tenía ilusión por nada.
Con cincuenta años, era imposible ser admitido en ningún puesto de trabajo.
A él, el paro le había caído en los primeros estertores de esa crisis que estaba en boca de todos.
Al principio, pensaron que podrían hacerle frente, pero ya llevaban así cinco años.

Juan había pasado la noche en blanco.
Cada día le era mucho más difícil conciliar el sueño.
Había dejado de tomar aquellas medicaciones que al principio parecían silenciar su alma.
Lo había hecho por razones económicas.
Ni siquiera iba a las visitas rutinarias, con el psiquiatra.
Todo ello se tenía que pagar, y ya era magra su economía, como para permitirse tales dispendios.
Otros lo pasaban peor.
Luisa conservaba ese trabajo de limpieza en la escuela.
Hubo un momento que la euforia de los tiempos de prosperidad les había hecho pensar en que ella lo dejara, pero como se resistió, pues quería estar activa, hoy podían ir tirando.
Pasaban las horas hasta el amanecer. Boca arriba, mirando al techo y escuchando los sonidos de la noche en la ciudad.

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Aquellos días de prosperidad

Aquellos días de prosperidad quedaron atrás.
No valía la pena seguir lamentando la pérdida.
Juan, había sido uno de los orillados.
En medio de todo, suerte tuvo, porque si no hubiera sido entonces, más tarde la cosa hubiera sido peor.
La primera perdida llevó a las mujeres al hogar.
Luisa había conservado su trabajo de media jornada, porque él estaba en paro ya.
Si no hubiera sido así, en este momento, ni él ni ella tendrían donde caerse muertos.
Pero habían resistido y ahora tocaba revisar la situación de nuevo.
Las facturas les dejaban pocos recursos para sobrevivir.
Esa era la razón por la que ya ni siquiera mantenían una línea de teléfono, ni tenían la luz encendida en las horas oscuras.
Se habían acostumbrado a moverse en la oscuridad, y con la poca claridad que les llegaba del magro alumbrado de la calle, manteniendo las ventanas abiertas.
Si no se recuperaba el país, poco tiempo les quedaba para mantener la vivienda.
Tendrían que cederla y marchar a los barracones que se habían habilitado para las personas sin hogar.
Suerte, también, que no tenían a sus padres y los hijos mayores corrían su propia suerte.
Los abuelos habían durado poco. En el momento que los recortes sanitarios fueron absolutos, ellos cayeron los primeros.

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10 de gen. 2011

La casa

Susi, cuando decidió instalarse en el pueblo, huyo de lujos y comodidades. Se instaló en la casa de planta baja, de pocos metros cuadrados, vivienda que en otro tiempo ocuparon los parientes de Jacinta.
Se encontraba en las afueras del lugar. Sus paredes eran de adobe y el suelo de tierra.
Las paredes eran mezcla de paja, tablas obtenidas de cajas de fruta, y sacos de papel.
El mobiliario era escaso. Una mesa rudimentaria, próxima a un banco denominado cadiera.
Un hogar con chimenea, era utilizado para encender en él con ramas secas y hojarasca, lo que sus antiguos habitantes usaban como fuego para calentarse y cocinar sus alimentos.
Susana adecentó la casa ayudada por las otras mujeres, pero no quiso que ello supusiera un cambio radical.
El suelo se cubrio con cemento alisado y se mantuvieron los materiales que cubrían las paredes.
Ella misma instaló con sus propias manos unas tablas que harían las funciones de estantes para ordenar sus documentos y algunos libros que siempre llevaba consigo.
Cuando los años debilitaron su naturaleza, no se consiguió que admitiera ser llevada a una de las habitaciones de la casa principal. La que habías sido su hogar en la infancia.
Allí vivía el encuentro con la tierra y consigo misma.

No volvió a ocuparse de sus investigaciones. Se retiró a esa casucha con la intención de desentrañar la memoria de las dos mujeres más importantes en su vida, Matilde y Jacinta.
Todas sus investigaciones se centraron en los diarios que Matilde había dejado ordenados en paquetes de cuartillas atados con cordeles de color amarillo pajizo, tonalidad por la que siempre había tenido predilección.
No sólo buscaba en los escritos. También entró en contacto con personas sensibles al contacto con señales que decían venían del contacto con los objetos y lugares relacionados con ellas.

Encontrar las raíces de Matilde era algo complicado. Ella había llegado al pueblo destinada como maestra, pero su origen era otro.
No habían muchos datos entre los papeles de la que ocupó el lugar de su madre.

12 de nov. 2010

Los diarios de Matilde

Matilde elige la luz natural para ponerse a escribir. Caligrafía con esmero cada uno de los gestos pasados al papel perfumado por el roce de sus dedos meñique y anular, depositarios de ese olor a sándalo que ella tiene impregnado.

La tinta de recarga en una pluma estilográfica, elegida entre muchas de su colección, como quien selecciona un pañuelo que combine con el traje que lleva puesto.

Deja volar su imaginación y actualiza sus recuerdos.

Un paseo a la orilla del mar. Un amor temprano. Ojos rasgados y pasión.

Nació libre y se sometió a la mordaza y cadenas, para hacer su santa voluntad.

Tras las ventanas se ocultan vidas que no se pueden ventilar.

Mezcla en cuartillas, amarilleadas por el paso del tiempo, verdades y mentiras piadosas. Palabras que no se pueden pronunciar.

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11 de nov. 2010

¿Qué puede diferenciar un pueblo de una ciudad?

Susana habla de árboles, caminos de tierra y polvo, insectos pululando entre hierbas secas en verano,...
Lo que no se ha experimentado difícilmente puede ser representado.
Hay imágenes que concuerdan en parte con lo que ella me ha contado.
A veces, cuando lo hace, parece que pueda estar allí.
Es ella la que, con su emoción, me transporta a esos caminos y sensaciones.

Pone ante mí infinidad de fotografías y dibujos.

Conozco retazos de esa proyección parcial. Cielos con nubes. Amaneceres y puestas de sol.

En mi mundo todo se ha parcelado y uniformado.
No hay diferencias como las que ella me quiere marcar.
Hay pequeños espacios en que las aguas claras de una corriente liberan mi alma, reposando mi cuerpo sobre mullida hierba.
Ella dice que eso estaba en un amplio paisaje.
En pocos metros puedo vivirlo, pero si me desplazo, salgo a una calle diseñada con rectas y curvas geométricas.
Se han recreado esos sitios para que podamos equilibrar nuestras vidas de origen animal.

Mi familia se subió al carro de las tecnologías y energías que hoy día caducan.

Cifuentes del Río, el pueblo originario, es una especie de cementerio de cochambre y residuos. En él encontramos todas esas máquinas en desuso. Chatarra que espera el proceso inverso. Ese es el reto. Convertir los materiales en piedra.
Se hizo abuso y acabaron con las irregularidades que marcaban las diferencias en los paisajes.

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