11 de nov. 2010

Jacinta, mi bisabuela

Han llegado a mis manos los diarios de Matilde. En ellos escribió lo que mi bisabuela le contó.
No trascribiré sus letras. Lo dejo para otro momento. Será ardua tarea.
En ellos se encuentra su testimonio sobre el hecho que dio oportunidad a mi vida.

Cuando fue abusada (así lo apunta), tenía creencias ciegas sobre lo que ese hombre representaba.
No opuso resistencia porque el desconcierto la enmudeció.
Le sirvió para verlo todo con claridad.
No le guardaba rencor. Eso dice cuando Matilde le pregunta al respecto.
Ella aceptó su destino y agradeció el fruto que, aunque no fue escogido, la vida le ofreció. Justifica con dolor su renuncia. Plantea que no había otra posibilidad. ¿A dónde ir con la tripa llena? Decía ella.
Su familia no se haría cargo y quedarse en la misma casa en que mi abuelo fue adoptado iba a ser insoportable.
Se alegró del destino que puso en sus manos la liberación de su hijo y su propia supervivencia.
Se inició en artes de sanación. Tuvo una percepción de las cosas más a allá de lo aparente. Está dotada de un sexto sentido.
Mamá también lo ha vivido.
Conectaba con la raíz de la vida. Con el suelo.
Su presencia en la vida dejó huella profunda.
Fue compañera y amiga de Matilde. Más que amiga.

Querida Susi, nunca hemos hablado de esos escritos. Me consta que los has leído.
Cuando decidiste vivir en la casa que vio nacer a Jacinta, sabías.

Ellas se llegaron a tocar y a amar. Ese contacto liberó a las dos mujeres.
Lo hicieron con desapego. Dejando cada cosas en su sitio. Respetando las estructuras y la grandeza de amar. Las dos tenían lo deseado. Compartían.
Matilde fue una persona radiante, amada y deseada por todos. Su amor verdadero fue tu hermano. Eso lo sabes. Tú misma caíste bajo su encanto.
Por eso, Carlos fue su hijo del alma. Antes, Julián había llenado el vacío de la maternidad negada. Tu hermano pequeño traía bajo el brazo el vínculo que las unía.

En cuanto a tu orientación, si lees con detenimiento los apuntes en su diario verás que hay detalles que por su redundancia apuntan a esa inquietud en tu segunda madre, como te gusta nombrarla. Esa insistencia en los pasos a dar para hacer de ti una señorita, en el sentido que la palabra tenía, no son más que alertas significativas sobre lo que ella veía en ti.
Los niños no mienten. Seguro que la abrazabas con el corazón alborotado y la contemplabas con admiración, no queriendo emularla, sino queriéndola tuya.
Esas cosas se disimulan mal cuando nacen de dentro.
Nunca fue directa en sus apuntes.
Supongo que era consciente de que algún día estarían en tus manos y no quería hacerte daño.
Fuiste su niña. Eso no lo dudes.

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